“Me dedico a la nostalgia de mi antigua pobreza, cuando todo era más sobrio y digno y todavía jamás había comido langosta”. Así comienza la “Dedicatoria del autor (en verdad, Clarice Lispector)”, primera sala del conjunto de habitaciones que conforman La hora de la estrella. Novela publicada el mismo año del fallecimiento de su autora, nos acerca mediante su protagonista Macabea a ello que podemos nombrar como el núcleo vital, la cosa, “lo neutro”: a aquel soplo de vida retratado magistralmente a lo largo de la obra de la ucraniana-brasileña. 

En la conciliación de su vocación literaria con inquietudes existenciales de plano filosófico, Clarice Lispector nos introduce con su última novela en lo que la filósofa Hèléne Cixous bien define como un libro modesto de preguntas inmensas y humildes. 

“Novela publicada el mismo año del fallecimiento de su autora, [La hora de la estrella] nos acerca mediante su protagonista Macabea a ello que podemos nombrar como el núcleo vital, la cosa, “lo neutro”.

En un vaivén entre lo sagrado y lo profano propio de una lógica circense, Macabea es como un animal que sabe no saber, entonces, vive; sus felicidades son clandestinas, fundadas en un tener que viene del despojo absoluto, son los placeres intensos “antes de la langosta”, que nosotros espectadores hemos olvidado. Así como se tiene una infancia “sin pelota ni muñeca”, la pluma de Lispector hará lo propio para retratarla sin ornamentos ni piedad, pero con la dignidad que merece cualquier vida. 

La Dedicatoria del autor subraya ya en sus inicios el carácter ilusorio de la construcción literaria. En este primer bloque tiene su confirmación la afirmación de Vilma Arêas de que el modelo según el cual La hora de la estrella se estructura es el universo circense: como adentrándonos en una carpa de circo esperando deleitarnos ante un espectáculo, los catorce títulos posibles acaso nos recuerden a un menú de opciones. Así, los lectores nos posicionamos desde el inicio en una dinámica de espectadores, propia acaso de una cierta clase social ya que, como la propia narración revela más adelante,  “elegir es un arte reservado a los ricos”. 

“En un vaivén entre lo sagrado y lo profano propio de una lógica circense, Macabea es como un animal que sabe no saber, entonces, vive; sus felicidades son clandestinas, fundadas en un tener que viene del despojo absoluto.”

La profusión de títulos en la que la ensayista brasileña leerá una exageración de la marca melodramática, es interpretada por Cixous como un mecanismo de simplificación según el cual la novela se reduce a sí misma, emulando acaso el modo de existencia de la protagonista que habitará sus páginas. El despojo de adornos en el lenguaje se corresponde entonces con la psicología de la protagonista, ahondada por un narrador que partirá de lo subjetivo para sumergirse en destellos de vida que superan toda consciencia particular: Lispector desanda al sujeto en pos de retratar un pulso vital, la neutralidad inherente al ser humano, a la Macabea y su ignorancia cultural se acercan mucho más que los demás personajes. Una tía tan beata como cruel, un médico frustrado con su clientela, una compañera de trabajo “satisfecha y desafiante”, o un novio obsesionado por el dinero resaltan la frugalidad psicológica de una protagonista que “…vagamente pensaba desde hace mucho y sin palabras lo siguiente: ya que soy, la cuestión es ser”.  

Definida por su narrador como una fotografía muda, el texto presentará un estilo narrativo acaso mimetizado con su protagonista, una nordestina pobre de recursos y de espíritu cuyo vaciamiento rozará la santidad. Vergonzosa, fea e incompetente para la vida, Macabea destila cierta comicidad bajo la cual subyace un patetismo incómodo al narrador burgués, quien a través de la escritura se acerca a “una verdad que no quería saber”. Apasionado por “salvar a Macabea” al mismo tiempo que ironiza sus defectos, el narrador oscila entre una solidaridad y una crueldad que nuevamente nos retrotrae al imaginario del circo. 

En la misma línea, Nadia Gotlib concibe la novela como una historia sobre la desilusión realista frente a promesas de falsos destinos: la nordestina será metafórica y literalmente arrollada por el símbolo del capitalismo, sistema que produce la cultura chatarra que ella consume prometiéndole futuros a los que luego le denegará el acceso. “Contemplaba, sólo por contemplar, la hierba. Hierba en la gran ciudad de Río de Janeiro. En vano. ¿Quién sabe si Macabea ya habría sentido alguna vez que ella también estaba en vano en la ciudad inconquistable?”. 

Macabea es una entre millones, muchacha anónima “tan antigua que podría ser una figura bíblica”, y es en la escena final donde se retrata metafóricamente el sufrimiento real y existencial de toda una clase social ajena a la del narrador (y probablemente a la de los lectores). En la espectacularización de la muerte de Macabea  percibimos finalmente cómo se pone en jaque la pasividad de los sectores altos ante la injusticia social: los transeúntes contemplarán, “espiarán” pasivamente sus últimos suspiros dejándola perecer como a un animal de circo cuyo acto final le destina la muerte.

 “Contemplaba, sólo por contemplar, la hierba. Hierba en la gran ciudad de Río de Janeiro. En vano. ¿Quién sabe si Macabea ya habría sentido alguna vez que ella también estaba en vano en la ciudad inconquistable?”.

Arrojada a las fauces de una metrópoli bestial, la nordestina es la hierba que crece inconsciente de su existencia entre los recovecos que la vuelven parda, en un estado no-subjetivo de latencia. Marchita quizás, sin aspiraciones ni atributos, Macabea es la intensidad que reluce, ese eterno que subyace detrás de la creación del universo. Y al ser pura luz, será en los destellos previos a apagarse cuando percibamos su mayor brillo.

Camila Besuschio
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Camila Besuschio nació en Buenos Aires en los 90's y hoy se mueve entre España e Inglaterra. Es crítica literaria pero no critica, más bien lee para sentirse más una con el mundo.