Leer a Jesse Ball es un poco como mirar una película de Yorgos Lanthimos: una invitación a habitar la incomodidad. Toque de queda, tercera novela del neoyorkino publicada en 2011, nos adentra en la kafkiana ciudad de C. en la que sus habitantes -regidos por un sistema de gobierno invisible, donde lo prohibido y lo permitido permanece incierto- viven en estado de constante alerta.
La policía -“cuya voz no da indicios de nada”- existe en una ambigua omnipresencia, se desconocen las sedes edilicias de autoridad y el tribunal ha reemplazado y mutilado al mundo del espectáculo y, por ende, a los artistas. La medida autoritaria por antonomasia, el asfixiante toque de queda, tampoco escapa al sin sentido que signa la tiranía: “...muchos no sabían qué hora era esa. Solo se quedaban en la casa y esperaban la mañana’.
Es en esa atmósfera opresiva -”tenía la sensación de estar frente a una puerta que se abre sin que la veas”- donde el violinista William y su hija Molly construyen su pequeño oasis, sede y protección del culto a la creatividad y la imaginación donde compensan toda esa música que ha desaparecido de sus vidas.
“Toque de queda, tercera novela del neoyorkino publicada en 2011, nos adentra en la kafkiana ciudad de C. en la que sus habitantes -regidos por un sistema de gobierno invisible, donde lo prohibido y lo permitido permanece incierto- viven en estado de constante alerta.”
Pasillos de mosaicos irrepetibles, cuartos vacíos, escaleras imposiblemente pequeñas, ventanas por las que no entra luz y livings lujosos en el trasfondo de una carnicería son el eco arquitectónico de la sensación de soledad y culpabilidad en que se hallan sumidos los habitantes de C.
El pie de escaleras es el lugar donde William se detiene y -en contraste al accionar del hombre virtuoso modelo, que compra el diario pero no lo lee-, da paso a sus reflexiones: “Fui un gran violinista, ¿qué significa eso?”. En Toque de queda la pregunta por la significancia atraviesa todo el relato: “queremos que signifique algo” dirán los clientes a la hora de diseñar sus epitafios.
Acaso la misma Molly monta su obra de títeres para recuperar retazos de su propia infancia que la ayuden a significar su vida: “intenta oír lo que dicen, pero no puede. Esta parte de su infancia se pierde por segunda vez”.
La introspección filosófica de los personajes riega al texto con reflexiones sobre la condición humana formuladas en la intimidad de los interiores, refugios donde el pensamiento crítico fluye en soledad. Así, la pregunta por el sentido de las cosas se delinea como universal, inherente al hombre.
“Fui un gran violinista, ¿qué significa eso?”. En Toque de queda la pregunta por la significancia atraviesa todo el relato: “queremos que signifique algo” dirán los clientes a la hora de diseñar sus epitafios.
Como los faroles públicos que se prenden y se apagan, Ball hace uso intermitente de artificios tipográficos que rompe con las convenciones del género novelístico, habilitando la inquietud en nuestra experiencia lectora. Una tercera persona delinea omniscientemente a William y Molly, al tiempo que esboza planteos de índole filosófica (recordándonos al narrador de La insoportable levedad del ser de Kundera) que bien podríamos atribuir al propio William.
La tercera y última parte del libro, dedicada a la representación de la obra de títeres, funciona con la lógica de las cajas chinas, con distintos niveles de ficción operando simultáneamente. ¿El hilo argumental se completa como parte de la ficción que Molly ha inventado? Así lo parece, aunque la única certeza es que los límites entre representación y realidad se han difuminado.
Toque de queda nos ilumina con retazos aleatorios de intimidad , fragmentos inconexos, capturas inmovilizadas. “No había nada que uniera los momentos de la vida, salvo la vida. ¿Y qué pasaba cuando terminaba?”: casi quince años después de su publicación, inmersos en un presente donde el bombardeo de información es constante y prima la banalización del contenido , estas líneas se resignifican.
La aprendiz de violinista afirma que en la vida (¿tanto como en la literatura?) las mejores cosas están ocultas: ante la exposición desbordada que rige nuestros días, leer a Ball nos recuerda el valor que subyace en lo extraño, en aquello que rehúye la compulsiva entrega a una mirada hambrienta. Ante la asfixia política, social y económica, siempre tendremos el combustible de la necesidad irreductible de una existencia donde habite la belleza.
Comienza tu travesía por el alma cultural de España desde la ciudad donde todo camino se encuentra.