La ciencia ficción, a diferencia de la utopía, es un relato del futuro puesto en pasado. Acorde a las características del género, el mundo representado en Todos quieren ser robots (TQSR) no representa un futuro deseado, sino la hipérbole del desastre presente. 

Publicado en 2007, el poemario narrativo de Fiódor Svarovski representa la existencia como una lucha contra un medio hostil donde la acción transcurre en un universo de mundos paralelos con viajes intergalácticos, robots, monstruos y androides. Este contexto no realista es, sin embargo, el escenario que enmarca la representación de sentimientos y sensaciones relacionados con un padecer existencial que ha acechado al hombre desde tiempos inmemoriales. 

“Igual te pido/me salves/de esta angustia incomprensible” leemos de alguien que sufre “como persona no viva” en “Combate cerca de Madabalján”. Así, la angustia parece ser la estrella que brilla en cada poema, encontrando en la guerra -y su trepidante destrucción que arrasa con todo lo conocido- el motivo de su existencia. El conflicto bélico entristece tanto a humanos como a máquinas, y funciona como marco donde florece un vínculo de fraternidad que supera las fronteras de la materialidad. 

Esta comunión entre robots y seres vivos nos invita a pensar en la categoría de cíborg, en tanto una mezcla de lo cibernético con lo orgánico -de la máquina con el organismo- que rompe con las oposiciones binarias. En su lectura desde una perspectiva de género, Donna Haraway (2018) concibe al cíborg como una criatura opositiva, utópica y no inocente en un mundo post genérico debido a que “no busca una identidad unitaria y, por lo tanto, genera dualismos antagónicos sin fin (…) no existe impulso en los cíborgs para producir una teoría total, pero sí una experiencia íntima de las fronteras, de su construcción y de su deconstrucción”. 

A favor del cíborg como una ficción que abarca nuestra realidad social y corporal y como un recurso imaginativo sugerente de acoplamientos muy fructíferos, Haraway destaca el hecho de que no existe una historia del origen del cíborg según la concepción occidental, lo que lo constituye un ser no atado a ninguna dependencia. En la misma línea, los robots de Svarovski se oponen a cualquier categoría identitaria ligada a los parámetros patriarcales y heteronormativos cercanos al concepto actual de Estado: TQSR boga por un mundo donde las imposiciones sociales -y sus políticas excluyentes de la diversidad- sean dilapidadas y reemplazadas por una comunidad cultural donde el amor sea reinventado y se desestabilicen las naturalizadas visiones «oficiales». 

“Esta comunión entre robots y seres vivos nos invita a pensar en la categoría de cíborg, en tanto una mezcla de lo cibernético con lo orgánico -de la máquina con el organismo- que rompe con las oposiciones binarias.”

La amplia gama de existencias disímiles que desfilan en el poemario instauran entonces a la vecindad, en cuanto afinidad gestada por fuera de todo lazo sanguíneo, como núcleo central de las relaciones que se tejen entre los personajes de la antología. La esperanza de Aíko y su compañero robot de llegar a Mongolia, país que se figura como tierra de salvación y paz -ya que allí hay máquinas, luz eléctrica y “tal vez, haya ácido para los robots/y para los niños producción de bizcochos o confites”- visibiliza el contraste entre lo que los cuerpos de ambos compañeros necesitan para sobrevivir, y nos habilita a pensar cómo Svarovski elige delinear la vasta diversidad de materialidades y sus funcionamientos en la pasarela de personajes que habitan su obra. “Vagan por las calles desiertas elefantes eléctricos/sus jinetes son robots/todos enfermos” leemos al comienzo de este poema que liga algo tan orgánico como la enfermedad con el cuerpo maquínico de un robot, sembrando la posibilidad de que una máquina enferme. 

El pasaje de una sociedad orgánica e industrial hacia un sistema de información donde todo puede ser dispersado y conectado de manera polimorfa para Haraway podría constituir la sana ruptura del sistema simbólico dominante de la familia patriarcal. Las nuevas tecnologías afectan y revolucionan las relaciones sociales tanto de la sexualidad como de la reproducción, por lo que “quizás podamos aprender de nuestras fusiones con animales y máquinas cómo no ser un Hombre” o como desaprender la encarnación del logos occidental, aquella que encuentra en la materialidad del rostro un anclaje que acota nuestra subjetividad. Las distintas materialidades y corporalidades de las que parecen emerger los discursos son presentadas mediante una variada gama de perspectivas de enunciación que se intercalan constantemente, generando así una fluidez en la voz narrativa a lo largo de todo el poemario. 

Las nuevas tecnologías afectan y revolucionan las relaciones sociales tanto de la sexualidad como de la reproducción, por lo que “quizás podamos aprender de nuestras fusiones con animales y máquinas cómo no ser un Hombre” 

Los mundos contenidos en TQSR se multiplican en dimensiones interpenetrables mientras el amor se hace cósmico: los cuerpos-máquinas solo aman, sufren, anhelan, desean con la fuerza penetrante del electrón y encarnan la utópica liberación final de esa maquinaria social opresora que en Svarovski se escenifica específicamente en la guerra omnipresente. En el universo literario del poeta ruso, las condecoraciones se figuran como premios consuelo de una institución bélica que destruye las subjetividades, dejándolas al desamparo de la vivencia del trauma y la angustia. Sin embargo, la destrucción demoledora de la guerra acaso pueda implicar la potencialidad de un nuevo comienzo: “qué bueno- piensa Aíko- que hubo guerra/todo el país reverdeció/toda la vida es bosque y aldeas/y ciudades”.

En TQSR las conexiones vitales se dan entre seres de materialidades, edades, y géneros variados,  por lo que el amor es reinventado por los robots-cíborgs como un sinónimo de vida multiplicado en formas homoeróticas, ciborgfílicas y zoofílicas que condenan las jerarquías establecidas por el régimen patriarcal heterosexual canónico, celebrando el placer en todas sus variables. 

Esto nos remite a la idea de alter ego que suele asociarse con la imaginería robótica, ya que los objetos que los propios humanos suelen moldear a su imagen y semejanza vendrían a encarnar los deseos acaso reprimidos por sus creadores, inmersos en el régimen de reproducción de la identidad occidental caracterizado por dualismos -yo/otro, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, hombre/mujer, civilizado/primitivo, realidad/apariencia, activo/pasivo- que han sido funcionales a las prácticas de dominación de mujeres, colectivos racializadas y cuerpos proletarios, así como de la naturaleza y los animales: todos ellos constituidos como el otro por el discurso dominante.

“Solo en la luna”, poema final de TQSR, nos anuncia que “la vida en la Luna es aburrida, limitada y miserable/y su superficie sin aire es seca, vacía/y la Tierra ahora, básicamente, es un lugar sin vida”. El último hombre vivo, aparente sobreviviente de una guerra mundial, “reza a Dios nuestro Señor/por todos los que alguna vez/vivieron” en un cierre del poemario que nos deja un gusto amargo, aunque quizás también un dejo de esperanza: el que se siembra en las infinitas posibilidades que puede disparar la supervivencia de ese único humano. 

Explorar nuestros parentescos con animales y máquinas -abrir el horizonte de posibilidades a identidades parciales y fluidas que subviertan y alteren la estructura del deseo- sea acaso lo que subyace al “prefiero ser un cíborg que una diosa” de Haraway. En tanto liberación de esas ataduras que las instituciones graban en nuestros cuerpos, podríamos afirmar que todos, muy en el fondo, quisiéramos ser robots. 

Ficha Catalográfica

Todos quieren ser robots

Todos quieren ser robots, de Fiódor Svarovski.

Nº de páginas: 92 páginas.
Año de lanzamiento: octubre de 2015 (primera edición en español).

Editorial: Dedalus Editores (Buenos Aires, Argentina).

Enlace de compra: https://dedaluseditores.com.ar/editorial/todos-quieren-ser-robots/ 

Camila Besuschio
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Camila Besuschio nació en Buenos Aires en los 90's y hoy se mueve entre España e Inglaterra. Es crítica literaria pero no critica, más bien lee para sentirse más una con el mundo.