Permítanme compartir con ustedes algunas reflexiones, todavía poco consolidadas, sobre lo hispano, lo latino o lo iberoamericano.

Precisamente, coincidiendo con la última celebración del Doce de Octubre (una fecha que ha servido de hermanamiento o disputa entre españoles e hispanohablantes), me llamaba la atención cómo, desde ese mundo americano, se producía un interesante acercamiento al concepto de hispanismo, frente a esa otra —en ocasiones— artificialidad de lo latinoamericano.

Más allá de una consideración sociopolítica sobre tiempos recientes, mi interés se origina en el estudio de la llamada Escuela de Salamanca, como un fenómeno cultural que —nacido en aquella Universidad— pronto se extendió por el Nuevo Mundo. Sin embargo, en el ámbito académico también he escuchado la expresión “Escuela Ibérica” para referirse a ese mismo periodo, autores, contenidos, etc., pero abarcando una mayor extensión geográfica al incluir Portugal y la América portuguesa. El detonante fue un libro del profesor Pedro Calafate, Escuela Ibérica de la paz (2014), cuya lectura recomiendo.

Por otra parte, en la literatura anglosajona también es frecuente encontrar la expresión Segunda Escolástica o Escolástica Tardía (Late Scholastics), que de alguna manera trasciende las fronteras de lo español o lo ibérico.

Vaya por delante que no me parece incorrecto expresar el nombre Escuela de Salamanca, porque ciertamente fue en esa Universidad donde Francisco de Vitoria inició una muy trascendente renovación en la enseñanza académica, al convertir la Summa Theologica de Santo Tomás en libro de texto en su cátedra de Prima de Teología (por cierto, en 2026 se celebrará el V Centenario de su llegada).

Escuela de Salamanca, por tanto, es una denominación histórica adecuada a la enseñanza sobre filosofía, teología o derecho que se originó en aquella Universidad, siguiendo las pautas de la escolástica tomista. Y que, no tardando mucho, se aplicó también —por ejemplo— a las reflexiones económicas que desarrollaron nuestros doctores a partir de los anteriores presupuestos.

Regresando entonces al lenguaje y las categorías contemporáneas, parece que ese término Iberoamérica resulta más acogedor como lugar de encuentro común para españoles, portugueses y americanos… Excepto en una situación muy particular: se muestra menos comprensible para los norteamericanos, que siguen hablando de América Latina.

Aquí se plantean algunas paradojas muy interesantes, porque también ocurre que los residentes en los EE. UU. de origen hispanoamericano no se sienten cómodos con el término latino, prefiriendo el de hispanic. O —finalmente— los brasileños emplean la expresión geográfica de sudamericanos, porque, definitivamente, ellos no se identifican históricamente como latinos.

¡Vaya lío!

Y para rematar la confusión, tenemos una España que todavía recela de expresiones “imperialistas” del franquismo, como esa hermandad de la raza hispana. Allí la expresión generalizada es América Latina, a pesar de tener en Madrid la sede de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB), organizadora de unas más o menos interesantes cumbres, según la época a considerar.

En conclusión, personalmente no tengo una opinión clara sobre qué término sea el más adecuado, ni me atrevo a pronosticar un desenlace del problema. En tiempos de los romanos, Hispania incluía todas las provincias peninsulares, y parece que, lógicamente, podría extenderse a los territorios hispanoamericanos; pero eso queda muy atrás.

Hoy debemos respetar a aquellos que han decidido autodenominarse latinoamericanos, tal vez hasta el momento en que un cambio de tendencia recupere el concepto de lo hispano… Sea lo que sea, manténganse atentos a la pantalla.

León Gómez Rivas
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León Gómez Rivas es doctor en Historia Moderna y en Economía por la Universidad Complutense y Profesor Titular en la Universidad Europea de Madrid. Investiga el pensamiento político y económico de la segunda escolástica española, con énfasis en la Escuela de Salamanca y los orígenes del liberalismo económico. Es miembro de la Mont Pelerin Society y del Centro Diego de Covarrubias, colaborador del Liberty Fund y de la Universidad Francisco Marroquín.