El valor que hemos llegado a darle a los derechos humanos tal vez sea uno de nuestros mayores logros como sociedad. En 1948, tras una de las guerras más funestas de los últimos tiempos, se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Asamblea General de las Naciones Unidas, lo que supuso un antes y un después en este aspecto.
Según la definición de la ONU, los derechos humanos son aquellos «inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna de raza, sexo, nacionalidad, origen étnico, lengua, religión o cualquier otra condición. Entre los derechos humanos se incluyen el derecho a la vida y a la libertad; a no estar sometido ni a esclavitud ni a torturas; a la libertad de opinión y de expresión; a la educación y al trabajo, entre otros muchos. Estos derechos corresponden a todas las personas, sin discriminación alguna».
Fue un paso fundamental que este documento los recogiera y estableciera pero, por supuesto, eso no significa que los derechos humanos no existieran desde antes. De hecho, aunque es evidente que resultó necesaria, tampoco deberíamos depender de una declaración formal para hacerlos valer.
Pensar la lucha por la justicia desde el siglo XVI

El licenciado en Derecho y Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, Pedro López Arriba, conversa con Stella Itineris sobre la importancia del pensamiento ibérico surgido de la Escuela de Salamanca. En la entrevista, reflexiona sobre cómo esta corriente defendió los derechos de los pueblos indígenas durante la conquista de América y el legado que esto dejó para la sociedad actual.
Damos, entonces, un salto en el tiempo hacia la época del descubrimiento y conquista de América por parte de los europeos y hacia el surgimiento de la corriente de pensamiento de la Escuela de Salamanca. Este fue un movimiento intelectual del siglo XVI que sentó las bases del derecho internacional moderno y defendió la dignidad y los derechos naturales de todos los seres humanos, incluidos los de los pueblos indígenas de América.

Otra fecha importante
El 12 de octubre de 1492 significó un punto de inflexión para el mundo occidental. El encuentro entre Europa y América no solo inició un proceso de expansión, colonización e intercambio cultural, económico y biológico sin precedentes, sino que también dio origen a profundas transformaciones sociales y políticas que redefinieron la visión del mundo y las relaciones entre los pueblos.
En este contexto, la Escuela de Salamanca, desde la incipiente modernidad del Renacimiento Español, se cuestionó qué es el conjunto de seres que habitan el planeta. Como advirtió el doctor Pedro López Arriba, «estamos ya en una situación diferente: no se ve el mundo como se vio durante toda la Edad Media o la Antigüedad. Se ve desde una perspectiva completamente diferente, que va a hacer necesario el considerar los derechos de los individuos, especialmente los de los pueblos indígenas en América durante la Conquista; un planteamiento que ha de hacerse absolutamente novedoso».
El protector de los indígenas
Es inevitable mencionar, por tanto, a la Brevísima relación de destrucción de las Indias, un texto crudo y sin vueltas en el que su autor, fray Bartolomé de las Casas —misionero de la corona española que vivió varios años en distintos territorios de América—, denuncia las situaciones de violencia, las masacres, la esclavitud y otros tipos de crueldad que sufrían los indígenas en manos de los conquistadores europeos. Ante los tratos bestiales de los que fue testigo, las Casas supo concebir a los indígenas como personas con una dignidad que era necesario defender. Algo que puede ser más que obvio para nuestro entender pero que no fue tan evidente para la conquista española, tan inhumana que los despojó de cualquier humanidad.
Una profunda fe cristiana
Las Casas es uno de los grandes nombres que la historia ha conservado no solo como defensor por excelencia de los pueblos indígenas sino además como pionero en la defensa de los derechos humanos. «Efectivamente —dice López Arriba—, su lucha y su pelear tienen mucho que ver con esa idea de cristianismo que, de alguna manera, está presente en todo el pensamiento de la fase domínica de la Escuela de Salamanca». Buscó esa idea de cristiandad más humana que ya no se correspondía al planteamiento anterior de mera cristiandad más bien medieval.
Además, lo que sucedía en América obligó a ampliar los horizontes del pensamiento ibérico. «Es la realización de esa idea de cristiandad pero extendida a toda la Tierra, porque también es verdad que la evangelización de América es una evangelización en exclusiva. A América no llegan otras fes, no llegan religiones asiáticas, no llega el Islam. A América llega el cristianismo católico, y Bartolomé de las Casas, desde luego, tiene una profunda fe cristiana».

Ahora bien, hay quienes entienden que ciertos relatos de fray Bartolomé de las Casas en la Brevísima relación de destrucción de las Indias son, en términos más contemporáneos, demasiado sensacionalistas, teniendo en cuenta su improbabilidad. Pero su mérito está en brindar esa «satisfacción a las exigencias de la fe, extender la idea de cristiandad a toda la humanidad y empezar a hablar de la humanidad. Los derechos que da la ley natural ya no solamente son para los romanos, para los griegos o para los cristianos; son los derechos para todos los hombres, en el planteamiento que dará esa primera fase de la Escuela de Salamanca», comenta López Arriba.
El pensador de la conquista
Uno de los mayores exponentes de la Escuela de Salamanca fue Francisco de Vitoria, «que nace hacia 1492, es decir, al mismo tiempo que se produce el descubrimiento de América. Así, va a llegar al pensamiento con esa situación nueva generada por los grandes descubrimientos geográficos y con una serie de cambios en lo que eran los planteamientos tradicionales del derecho natural».

Para entender la mentalidad que existía en esta época hay que insistir en que nada se hablaba sobre inclusión y tolerancia para con las culturas distintas. Así como la civilización grecolatina consideraba bárbaros e inferiores en todos los sentidos a cualquier población ajena a su cultura, ocurría algo similar durante la Edad Media entre el mundo cristiano y el no cristiano.
Sin embargo, la expansión del cristianismo comienza a cortar con esta forma de ver a la otredad como simple barbarie y es en este punto que López Arriba destaca particularmente al intelectual de la Escuela de Salamanca: «el gran paso de Francisco de Vitoria es pasar de la cristiandad al orbe. Ya no es el Estado como el Imperio Romano ni es el Estado como los reinos medievales, sino que, Vitoria, en su hoy, en su momento de gran esplendor, allá por el segundo cuarto del siglo XVI, se plantea la humanidad y da ese paso siguiente, que es considerar al conjunto de las poblaciones del mundo una especie de república de diferentes seres, pero humanos todos. Ya no estamos en una perspectiva limitativa y de cerrazón ante el extranjero visto siempre como un extraño y como un peligro».
Francisco de Vitoria, entonces, propone una nueva perspectiva que resultará fundamental en la forma de interpretar y construir las legislaciones subsiguientes, llegando incluso hasta las de la actualidad. «Precisamente, él, desde su visión humanista, lo que hace es extender la condición de ser humano para que esté amparado por la ley natural, no ya por las leyes positivas —eso será la tarea de los gobernantes. Amparo de la ley natural y la teología moral, bajo la consideración del conjunto de la humanidad como titular de derechos que han de ser protegidos, tutelados, reconocidos, etc.», explica López Arriba.
De la teoría a la práctica y viceversa
Vitoria era un pensador, un teórico; Las Casas «un hombre de acción con una clara vocación de defensa de los derechos de los nativos». Fueron dos personajes históricos contemporáneos entre sí que compartieron un contexto y un mismo fin con enfoques diferentes, aunque, si se quiere, complementarios.
Las Casas fue pionero en la lucha a favor de los derechos humanos de un grupo que venía siendo vulnerado de forma prácticamente incuestionada e impune. Vitoria abrió paso hacia nuevas teorías cuya aplicación sería fundamental en la práctica de dicha lucha. Ambos suscitan la reflexión ética acerca del perfeccionamiento del ser humano, tanto en su dimensión individual como en su vínculo con la otredad.
El legado de la Escuela de Salamanca
López Arriba concluye en que la influencia de la corriente de pensamiento de la Escuela de Salamanca y de Vitoria, particularmente, es difícil de superar. «Vitoria dio ese paso definitivo para marcar que estamos siempre ante el conjunto de la humanidad y la totalidad del mundo. Por eso, Vitoria es un clásico absoluto en el pensamiento al establecer que es parte del derecho natural el respeto a la vida, la libertad, la propiedad, etc. de todas las personas. Eso, yo creo, es lo más distintivo de toda la escuela de Salamanca, en general».
Podrás estar pensando, llegado este momento, ¿cómo es posible que a tantos años de la llegada de los europeos a América, del Siglo de Oro e incluso de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU vivamos en un mundo en donde los derechos de tantas personas se sigan vulnerando? No es el propósito de Stella Itineris rematar un artículo dejando una sensación de pesimismo pero sí de reflexión y cuestionamiento.
Así como hubo quienes fueron capaces de ver la humanidad de los nativos que la mayoría solo consideraba simples salvajes, también habrá quienes prefieran ignorar los derechos de ciertos grupos —incluso bajo el amparo indiscutible con el que contamos en el presente— en pos de otros intereses. Que sea este el recordatorio de que la construcción de un mundo más justo ha de ser incesante. Y de que cada generación tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de reafirmar y preservar los derechos que ya hemos conquistado.

Paula Rodríguez es comunicadora y traductora. Lo que más le apasiona al escribir es poder integrar sus dos profesiones en torno a la cultura, las lenguas, la literatura y las artes. Nació en Uruguay pero actualmente vive en Galicia, en donde sigue descubriendo, entendiendo y fascinándose con la cultura única de esta comunidad.
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