Vida o Tragedia: El sentimiento trágico de la vida en el arte español

Natasha Moura
«La vida es tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción». - Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, p.14.

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«No cabe poder gozar sin poder sufrir, y la facultad de goce es la misma que la del dolor. El que no sufre tampoco goza, como no siente calor el que no siente frío» – Del sentimiento trágico de la vida, p.127

En 1912 el escritor Miguel de Unamuno publica uno de sus libros más aclamados, Del sentimiento trágico de la vida. Se trata de un ensayo filosófico en el que Unamuno plantea la problemática existencial del hombre de su tiempo, y entendiendo que esta problemática reside en la condición misma de ser humano. Para él, los seres humanos sentimos un gran deseo de perdurar, o utilizando sus propias palabras tenemos «un hambre de inmortalidad», pero ese deseo nace de la conciencia que se tiene de la finitud de la vida. Y es de esta seguridad de que la muerte va a llegar, que se desea seguir existiendo. Para Unamuno la muerte completa, la desaparición absoluta, carece de sentido, de este modo la vida humana sería inútil. Por eso para él, la vida es una tragedia, pues es la lucha constante de estas dos ideas, una lucha donde no hay victorias o esperanzas, y que como seres humanos estamos atrapados en esta agónica contradicción.

La contradicción como rasgo del alma española

Puede que sea esta contradicción, tan arraigada al carácter del pueblo español, que dé a España este toque exótico a ojos extranjeros. Esta visión del mundo y de la vida parecen envueltos en un aire casi místico y esta intensidad natural, rozando lo dramático, hacen con que sea prácticamente irresistible y que lleven siglos despertando interés y curiosidad sobre todos los aspectos de la vida española. Al pensar en el arte español, por ejemplo, las imágenes que van surgiendo también están cubiertas por este velo del exotismo y de la intensidad. Son imágenes que, quizás en un primer momento, no nos permitan descubrirlas o entenderlas por entero, que exigen un acercamiento, un contacto más profundo, como si invitaran al público a participar. En el arte nunca basta con mirar la superficie. Apreciamos eso en los diferentes ámbitos artísticos.

Imaginemos juntos un viaje por el arte español, ojos cerrados, silencio absoluto y de repente una guitarra suena al fondo, una melodía llena de ímpetu a la que poco después se une un canto, un canto sufrido, de un dolor indescriptible, como si saliera de las entrañas, y aunque uno no sea capaz de entender el idioma, no sepa de qué hablan, el mensaje y la emoción le llegan antes mismo de que podamos abrir los ojos para ver como el baile se funde con lo demás en perfecta simbiosis.

Flamenco: arte, emoción y contradicción

Claro que el flamenco no es solo dolor, la tragedia, como ya decía Unamuno, está en la contradicción, en el dolor y en la alegría. En el alma, uno no puede existir sin el otro, de ahí que en el flamenco si por un lado tenemos las soleás, por el otro tenemos las bulerías. No por casualidad, el flamenco es el ritmo español de referencia, y su cante jondo ha sido capaz de inspirar a más de un artista, entre pintores y poetas, para que sigan el hilo creativo y hagan su propia aportación.

Federico García Lorca: tragedia, pasión y destino

Si seguimos este hilo, nos encontraremos al que probablemente es el poeta más admirado en el exterior y uno de los más amados a nivel nacional, Federico García Lorca. Su poesía, su Romancero Gitano internacionalmente conocido y aclamado, pero sobre todo su teatro, evocan estas imágenes de una vida trágica, de intensidad, de encuentros y desencuentros, llena de sentimientos que se contradicen. Su trilogía rural nos muestra la vida de mujeres atrapadas por el destino, que sufren con la represión social, con el peso de las tradiciones tan arraigadas en el ámbito rural andaluz. Mujeres muchas veces víctimas de sus propias pasiones. En esa trilogía, Lorca nos habla del amor, de la venganza y de la libertad, de la frustración y de la muerte con tanta profundidad y casi siempre con un final trágico. En Lorca, las historias de amor, por lo general, terminan en sangre. Si no en sangre, en lágrimas, pero en todas ellas vemos como el aspecto trágico se hace presente, incluso en una de sus obras teatrales más poéticas, aunque poco conocida, como la de la pobre Dña. Rosita. 

Juana I de Castilla: historia, dolor y mito

Encontramos esta contradicción de la que nos habla Unamuno en todas partes, como Lorca nos hace ver en su teatro, pero ella traspasa la línea de la ficción. Si el arte imita a la vida, es porque la tragedia es la vida misma, donde se unen las fatalidades del destino con las de los sentimientos y decisiones personales, con lo que está bajo el control de uno y lo que se le escapa. Y ¿cómo no pensar en la vida como una tragedia cuando se tiene ejemplos históricos de ello? Si miramos al cuadro de Francisco Pradilla y Ortiz, expuesto en el Museo del Prado, que retrata un momento de la vida de una de las reinas más habladas (y cuya vida es todavía poco estudiada) de la historia de España, Doña Juana I de Castilla, una mujer que entró para la historia, injustamente, como «la Loca».

Juana la Loca
Juana la Loca (Pradilla y Ortiz, Francisco). Museo del Prado (Madrid). Wikimedia Commons

Este cuadro de Pradilla hace referencia al momento en que la reina enviuda estando embarazada de una de las hijas del matrimonio, retrata uno de los momentos de más dolor de su vida hasta entonces. En él vemos a la reina velando el féretro de su difunto esposo acompañada por un gran séquito formado por monjes y miembros de su corte. La reina aparece aquí con la mirada completamente enajenada, hundida en el dolor del luto, vestida como una monja, aunque por debajo de estos trajes se perciba el avanzado embarazo de su hija Catalina. Su dolor es tan profundo que no parece ser tocada por el frío de la meseta castellana. La pintura tiene el infeliz título de Juana, la Loca.

La historia que conocemos de Dña. Juana de Castilla es tan dolorida y trágica como se puede intuir con una simple mirada a este cuadro. Según la historia oficial, se volvió loca al perder su gran amor, su marido, que según se cuenta, no se trataba precisamente de un amor correspondido. Tras quedarse viuda, la reina de España fue encerrada, considerada como loca, por su padre en un convento de Tordesillas donde quedó hasta el fin de sus días. Mientras ella estaba encerrada, su padre fue el rey regente, después de la muerte de este, fue la vez de su hijo Carlos.

Si la pobre Doña Juana no estaba loca cuando la encerraron en una habitación del convento de Tordesillas, no sería de extrañar que se volviera loca con el paso de los años en esta cárcel privada, donde su propia familia la mantenía alejada del mundo y del poder real que le correspondía. Es muy fácil entender porque durante el Romanticismo, la historia de Dña. Juana haya llamado tanto la atención de artistas y escritores.    

Religión: entre el consuelo y el sufrimiento

Si miramos a otros ámbitos de la vida, más allá de los sentimientos, esta contradicción sigue haciéndose presente, pues conviene recordar que al alma española no es posible existir sin ella. Si pasamos a la religión, por ejemplo, la encontramos en las fachadas imponentes de las catedrales barrocas; en las procesiones de Semana Santa, principalmente en las nocturnas que se realizan con el frío cortante de las noches de fin de invierno, o en sus flagelantes que caminan por las calles frías, muchas veces con los pies descalzos; en las vírgenes que ocultan tras sus mantos de delicado encaje los ojos llorosos, son vírgenes que sufren como las Dolorosas de Sevilla; en los peregrinos que hacen quilómetros soñando con los acordes lejanos de una gaita que suena en Santiago. La religión trae consuelo a los fieles en la misma medida que les hace sufrir, pues para alcanzar el cielo hay que sufrir, es la frase viva de Unamuno. Sin dolor, no se puede llegar a la vida eterna, a la inmortalidad. 

Nuestra Señora de la Amargura
Nuestra Señora de la Amargura, escultura sacra de la Semana Santa (Sevilla). Wikimedia Commons

Santos, batallas y luchas terrenales

Pero no es solamente en la representación de las vírgenes que vemos este aspecto casi agónico de la religión. No es difícil encontrar por estos lares representaciones de santos guerreros, en batallas contra el pecado y contra la maldad. Tomemos por ejemplo el Arcángel San Miguel venciendo al Demonio de La Roldana; aquí vemos claramente una lucha entre el bien y el mal, pero es mucho más que eso. Es el retrato de una lucha mucho más terrenal. Si nos fijamos con atención, percibimos que este arcángel San Miguel tiene rasgos delicados, afeminados incluso, mientras el demonio posee características más masculinas, y no es por casualidad.

El Arcángel San Miguel venciendo al demonio
El Arcángel San Miguel venciendo al demonio (La Roldana). Museo de las Colleciones Reales, Madrid. Wikimedia Commons.

Esto ha sugerido las más diversas interpretaciones entre los historiadores del arte, pero al tratarse de una obra creada por una mujer, podemos pensar que una de sus motivaciones al representar de este modo la lucha celestial, fuese mostrar su propia lucha, una lucha por la independencia como artista, más que eso, como mujer, o mejor dicho como mujer artista en una sociedad que invisibilizaba el talento de las mujeres. Una lucha real, más que divina. Es una lucha de la vida misma. Es el retrato de la agonía de ser mujer artista en la España barroca, entre los obstáculos y los triunfos. 

Cristo en el arte español: dolor, redención y paradoja

Siguiendo en el terreno religioso, todavía muy presente en España, vemos estas contradicciones en la representación de Cristo, en el tema de la crucifixión, por ejemplo, tratado repetidas veces por tantos artistas. Y aunque se pueda pensar que la crucifixión es vista en todas partes del mundo de la misma manera, como una escena triste y de dolor, en España ella ha ganado interpretaciones cuando menos curiosas. Esta imagen está muy presente en la iconografía española, y aunque es cierto que es una imagen donde todo recuerda a sufrimiento y dolor con las llagas, la sangre, la cruz, a la vez, para muchos fieles, esta imagen indica que el fin del sufrimiento está próximo y que la vida eterna se acerca.

Podemos ver esa contradicción si analizamos dos representaciones de la crucifixión, ambas creadas por Salvador Dalí. Tanto en Corpus Hypercubus, donde el artista nos da una visión de una cruz en tres dimensiones, aquí no hay clavos que sujeten el cuerpo de Cristo a la cruz, su cuerpo parece flotar en el aire, tampoco vemos en su cuerpo ninguna llaga o sangre, ninguna herida, a pesar de tratarse da la crucifixión, esta no transmite a quien la ve la misma intensidad de dolor y de sufrimiento que en otras.

La otra versión de Dalí, también bastante comentada, es la famosa pintura del Cristo de San Juan de la Cruz, lo que más llama la atención aquí es el cambio de perspectiva, donde vemos al Cristo crucificado desde arriba, su cabeza en el centro del cuadro mirando hacia abajo, hacia un paisaje apacible. En este caso se trata de un Cristo redentor, que también se presenta aquí sin sangre, ni heridas, ni llagas, ambas representaciones de Dalí nos muestran un Cristo mucho más cercano a la vida eterna que a la vida terrena, estas imágenes son la otra cara de la moneda en esta contradicción agónica de la vida. 

Goya: entre el gozo y el sufrimiento

En las artes visuales, quien mejor incorpora esta idea de Unamuno en sus creaciones, o al menos de manera más evidente, tal vez sea Goya. Si empleamos una mirada más detenida y atenta, vemos esa idea reflejada en el conjunto de su obra. Al analizar todo el conjunto de la obra de Goya vemos esa lucha de manera evidente, pasar de un cuadro a otro, es pasar del sufrimiento al gozo. Unamuno nos dice que no hay gozo sin sufrimiento, y en Goya encontramos exactamente eso, y de manera palpable: ya sea en un cuadro como en El 3 de mayo en Madrid, donde el pintor utiliza la imagen de un fusilamiento para hablar de la lucha de un pueblo contra el dominio extranjero, para hablar de una lucha por la libertad. O en sus pinturas negras, donde el dolor y sufrimiento son tratados con tanta profundidad. En una de las más conocidas, Saturno devorando a su hijo, vemos al padre que come a su propia prole para mantenerse en el poder, para no perder su puesto para alguno de sus hijos. Es la figura del padre terrible.

Según Freud, el tema de Saturno se relaciona no solo con la melancolía, sino también con la destrucción, que aquí en Goya se presenta en la imagen del canibalismo. Saturno para los romanos, era el Crono de los griegos, una divinidad que no solo gobernaba el curso del tiempo, era además el rector del séptimo cielo y el patrón de los septuagenarios, como Goya lo era cuando lo pintó.  

Pero en Goya no todo es oscuridad, no todo es sufrimiento, la dulzura, el gozo y la juventud también se hacen presentes en sus pinturas más costumbristas, como en su obra El Quitasol. Este cuadro forma parte de una serie de cartones creados por el artista para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara y que hoy puede ser visto en el Museo del Prado. Aquí Goya nos muestra una escena costumbrista, pueblerina, en ella vemos a una jovencita vestida a la moda francesa, ella está acompañada de un criado que le hace sombra con un quitasol. El gozo y la dulzura de esta escena se encuentra en su espontaneidad, en la cercanía que transmite por tratarse de una escena de pueblo, permitiendo que quienes la observan se identifiquen con ella.

El Quitasol (Goya), Museo del Prado (Madrid). Wikimedia Commons

El Perro Semihundido: la síntesis del sentimiento trágico

Sin embargo, hay una obra de Goya que, en mi opinión, consigue resumir a la perfección las palabras de Unamuno y este sentimiento trágico de la vida, a este sentimiento agónico de vivir preso en una vida de tragedia y contradicción, se trata de la pintura Perro Semihundido. Es otra de las llamadas pinturas negras, en ella se ve la cabeza de un perro que mira hacia arriba, asomándose por detrás de un plano inclinado de color ocre oscuro, hoy en día eso es todo lo que podemos ver, aunque en algunas fotografías hechas en los años 1860 y 1870 se veía un paisaje con una gran roca y dos pájaros volando, y era a esos pájaros que el perro observaba.

Perro Semihundido (Goya), Museo del Prado (Madrid). Wikimedia Commons

Esta pintura ha recibido las más variadas interpretaciones, empezando por la que afirma que la pintura habla de la insignificancia del ser vivo frente al espacio que le rodea. Algunos historiadores del arte han sugerido interpretaciones que tienen en cuenta el paisaje que antes se veía, y ven al perro como el único ser «cariñoso» por así decirlo, que parece humilde, preocupado, y «humano».

En mí interpretación personal, este perro, del cual no vemos más que la cabeza y que mira hacia lo alto, sea hacia el vacío que vemos ahora o a los pájaros que se percibían antes, no es un simple perro, no representa en realidad un perro. Es una metáfora, quizás se trate de una autoimagen del propio artista en aquel momento de su vida, o tal vez de como él veía a su pueblo, en el fondo este perro podría ser cualquiera, alguien que se está hundiendo en medio a esta vida de lucha constante, que se está hundiendo en esta contradicción trágica que no deja nunca espacio para el descanso, que no para. Si hablamos de su mirada, no es una mirada de curiosidad, ni de juego, ni de alegría, más que una mirada de simple preocupación, soledad o tristeza, parece ser una mirada de aceptación, o de resignación ante la vida y sus tragedias. 

Pluralidad y matices del sentimiento trágico

Aunque tengamos muchas muestras de este sentimiento de contradicción, y que parezca tan presente en la cultura española, no se puede olvidar que una de las principales características de España reside en su pluralidad cultural, a comenzar por la variedad de sus lenguas y dialectos, y que, por supuesto, no en todos los rincones del territorio este sentimiento se vive de la misma manera, ni con la misma intensidad. Este sentimiento trágico de la vida tal y como describe Unamuno en su ensayo, tiene el carácter y la intensidad más común en la meseta y en el sur que en las regiones del norte, lo que no significa que por allí no esté presente, pero la manera de sentirlo y vivirlo cambia de una zona a otra. Y esa pluralidad, es una de las particularidades más bonitas que tiene España.

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