Cuando leemos el número 3 en un papel, no asociamos imágenes externas a él; al fin y al cabo, es un signo, es decir, su esencia es simbólica, como la de todos los demás números. Por lo tanto, se manifiesta como algo, de algún modo, cuantitativo, no cualitativo. Ese 3 es autoevidente, aunque no lo asociamos a nada del mundo exterior. Ahora bien, si digo 3 manzanas o 3 lápices, ya formamos imágenes mentales de datos de la realidad empírica. Es decir, la estructura puramente numérica trata cuestiones que involucran el contenido, pero que no son, de ningún modo, ellas mismas el contenido manifestado. He ahí la diferencia.

Por lo tanto, el mundo del lenguaje es, sin duda, el propio mundo simbólico. Todo lo demás es la realidad manifestada en sus matices dentro de la esfera real, oscilando en sus grados de perceptibilidad. Los símbolos existen como representaciones de la realidad en términos de evidencias, no sujetas a pruebas, pues incluso sin demostración de laboratorio sabemos que existen. Así ocurre con los números y con las propias notas musicales, arte derivada de la aritmética elemental. Se percibe, por tanto, que tales símbolos son elementos ordenados dentro de un sistema.

En cuanto a los números, desde su historia más remota, surgen como una necesidad práctica, es decir, aparecen como derivaciones del propio cotidiano del ser humano. Dado que necesitaban contar los rebaños, hacer el inventario del ganado que poseían los propietarios del Oriente Medio y Cercano, surgen los números indoarábigos, que fueron los sistemas de numeración más conocidos y difundidos en Occidente. Otras civilizaciones, por supuesto, poseían sus propios sistemas numéricos; las civilizaciones babilónica, fenicia y egipcia contaban con sus propios sistemas de numeración y, sobre todo, con conocimientos matemáticos indispensables para cualquier proyecto de urbanización o construcción civil.

Conteo de Ganado, Egipto Antiguo. Lepsius Denkmahler. Fuente: Mathstat.edu


En la sociedad occidental, los números indoarábigos se consolidaron por razones comerciales. La economía antigua se basaba en intercambios monetarios tanto en la Grecia como en la Roma antiguas, lo cual, en la Europa medieval, sería dejado de lado para volver a utilizarse sólo después del Renacimiento Urbano. De ese modo, tales elucubraciones históricas evidencian el carácter práctico del uso de los sistemas de numeración, no sólo como cifras contables, sino también como herramientas capaces de ser utilizadas para la realización de cálculos complejos, fruto de proyectos urbanísticos.

Pero la matemática como conocimiento es atemporal: ha existido antes de que el hombre fuera hombre y continuará existiendo incluso después de la extinción del último ser humano sobre la Tierra. Ella forma parte de la estructura fundante del universo en sus minucias. Claro está que se encuentra contemplada en la esfera de los símbolos y, como se dijo anteriormente, no necesita ser probada, pues parte de estructuras universalmente aceptadas.

Cuando alguien afirma que 5+5 es igual a 10, en cualquier punto del globo, independientemente de la cultura, lengua o país de origen, el resultado será el mismo. Pero su contenido sólo puede asumirse a partir del lenguaje, pues si no existe un sustantivo que se refiera a la cantidad numérica, los números son meros símbolos universales. Por tanto, funcionan como evidencias puramente lógicas.

En cuanto a las notas musicales, ya decían los escolásticos que ellas son, por excelencia, una de las artes liberales que derivan de la propia aritmética. Sin aritmética no hay música, pues no existe la estructura temporal de duración de las notas. La música es un arte performativo, al igual que la danza y el teatro, ya que su duración transcurre en el tiempo presente.

Cuando escucho una Toccata o una Fuga de Bach, sé que fue compuesta hace casi cuatro siglos. Sin embargo, esa misma música, en toda su estructura matemática y simbólica, es vivida por mí en el mismo momento en que la escucho hoy. Pues se da en el transcurso del tiempo presente a partir del orden melódico de las notas que se suceden en el tiempo. Y ese es precisamente el concepto de música: el arte de combinar sonidos a lo largo del tiempo.

La matemática es servidora de la música en el momento en que le proporciona las propias condiciones para su existencia. Los símbolos musicales, por su parte, surgen de las notas mismas que están presentes en las cuerdas vocales, en los instrumentos de viento, de cuerda o de arco. En ese sentido, la música también posee en sí algo simbólico como la matemática, no sólo en su estructura temporal, sino en su propio contenido sonoro, ya que una nota puede descomponerse en partes menores o, mediante puntos de aumento, tener su valor elevado, siempre obedeciendo la proporcionalidad matemática necesaria para la relación que se establece en la duración de las notas, basándose siempre en una nota fundamental.

En cuanto al sonido como onda mecánica, es evidente que aquello que podemos oír también es limitado. Muchos mamíferos consiguen escuchar mucho mejor que nosotros, incluso rangos sonoros que nuestros oídos no son capaces de procesar. Además, la música no es cualquier sonido, como un ruido que provoca algún tipo de malestar al oyente; es verdaderamente un conjunto de sonidos que deben poseer melodía, armonía y ritmo y que, como resultado de su propia acción en el ambiente, llevan al individuo a contemplarla en su mente.

Así, la propia manifestación de la música se da en la esfera de la conciencia. Aunque los neurocientíficos afirmen que ciertos lóbulos del cerebro están procesando la música en el momento en que la escucho, ésta no impacta solamente mis estructuras cerebrales, sino también mi propio estado de ánimo. La música es, en sí misma, la manifestación de un lenguaje abstracto que puede ser inteligible para la mente humana a través de su encadenamiento de notas en el tiempo.

Cuando digo que la música también pertenece a la esfera simbólica, esto ocurre naturalmente, pues una nota musical no dice absolutamente nada por sí misma. Es un mero símbolo en el pentagrama. Sólo adquiere significado a partir del momento en que alguien la ejecuta en un instrumento. Desde el instante en que una partitura es interpretada, existe la traducción de esos símbolos en la realidad. Ella siempre es procesada mentalmente, porque si lo fuera materialmente, sería un contrasentido. No puede contemplarse de la misma manera que una pintura o una escultura.

A partir de este punto, comenzamos a comprender un poco el universo de acción que la música imprime en el ser, pues actúa en la esfera suprasensible y actualiza las realidades presentes en ese momento. Es arte en toda su manifestación. Un don divino que emana directamente de las esferas celestes y reverbera en las mentes ingeniosas que primero la sienten, la comprenden y luego la materializan en símbolos.

Eliseu Cidade
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